31 marzo 2012

Lo obvio, siete soles, Barcelona y el puto cuerpo.

No sé qué hago en la Tierra, mi única certeza es que algún día me moriré. Este destino común a todos los hombres encierra algo tan absurdo que, si no fuera porque la vida diaria se encarga de distraernos, resultaría desesperante. Cuando me asalta la angustia siempre se produce algún hecho con el que no había contado y que me salva. Toda mi existencia se basa en el placer físico, de ahí que conozca sus altibajos. Con todo, no puedo quejarme. Soy como los gatos, siempre caigo sobre las patas. Será así hasta el final, o al menos así lo espero. 
Jean Forton

Una cita llena de obviedades, de ahí su hermosura. (¿Era David Foster Wallace el que decía que la poesía trataba lo obvio de una manera hermosa?) Animalitos inexpresivos en el mercado (esta mañana) y suena Grimes. Be a body. Be a body. Ser el cuerpo que te comes. Mi vientre crece al ritmo de la grasa del gato que crece, que crece. La grasa está llena de obviedades, de ahí su hermosura. Pensé que estaba embarazada. Pensé eso y sólo era sangre de otro. Sangre de gato. Hay que matar al gato para ser como él. Los amigos que no están. Los contenedores que arden. Correr por la ciudad y al día siguiente volver a no ser nadie. ¿De dónde nace el fuego? Barcelona: ceniza en los ojos. El humo en y vomité. Pensaba que estaba embarazada pero sólo era una rima y sólo era el plástico quemado. Una cita llena de grasa. La poesía es ese pensamiento vago que el ingenio ordena. Algas y frutas en el mercado (esta mañana) y suena el sol. El muy hijo de puta: ese sol

28 marzo 2012

100% visceral.

Llegué a La jungla de Upton Sinclair (Capitán Swing, 2012) sin demasiadas ganas. Era largo, de letra apretadita. Por algunas de las críticas que había leído parecía más una suerte de panfleto que un texto literario. Y yo llevaba, además, no demasiados meses sin comer carne: aunque este texto, definitivamente, me terminó de convencer de aquel proceso vegetariano que ya había comenzado tiempo atrás por influencia de mi amigo Ernesto Castro y de mi gata Delhi. Llegué sin ganas, pero después me encantó, pues La jungla no es un libro "para hacerse vegetariano" tanto como para "hacerse consciente" de cosas terribles e importantes relacionadas con la inmigración, el sexismo, el maltrato a los trabajadores, el nefasto sistema de producción de alimentos, y, sobre todo, de carne, las luchas de los sindicatos, la corrupción de los ayuntamientos, la maldad, la envidia, el terror a quedarse sin nada y el terror a sobrevivir cuando se tiene poco... parece mentira que este libro fuera publicado hace más de cien años y parece mentira que, al contrario de lo que dije que pensaba, todo esto quepa en una novela de tal bellísimo lenguaje, descripciones y escenas. Upton Sinclair construye una novela perfectamente medida y planeada (o esa impresión da al lector quizá hasta las últimas páginas donde las idas y venidas del protagonista ya se hacen más pesadas), envidiable a cuanto a trama se refiere. El libro provoca los justos sobresaltos, el justo asco, las justas ganas de vomitar o de llorar, pues no deja de ser un libro de desgracias en donde todo está perdido excepto la fe (aunque no sepamos realmente en qué). 

100% Visceral.
0% Ñoñada

25 marzo 2012

Sandra /animal o cosa/ esqueleto/ Sandra.


Diccionario de símbolos: capítulo ciervo.

Lamer el esqueleto del animal muerto con la piel arrancada. Sentir que la sangre se empieza a coagular sobre la lengua y sentir otra nueva lengua. Y una tercera después. Ser un despojo envuelto en polvo sobre la tierra.

Sandra Martínez*

Nada de lo que decimos tiene sentido y menos si lo dice alguien joven. Nada de lo que comemos, de lo que defecamos, de lo que (cobardes) escribimos. Cuando todos decían Pájaro el Ciervo surgió de la imaginación. Unai, quesomosbuenos. Unai, quesomosbuenos. Cuando todos comian Pájaro el Ciervo cumplió nuevos símbolos: pero tú ya hablabas de animales. No, yo hablaba del vuelo. Jamás del animal y surgió el Ciervo. Entonces llegó una poeta minúscula y eterna y confirmó lo que a algunos nos costaba intuir. Capítulo ciervo. Unai. Que somos buenos. Capítulo: el vegetarianismo. Los estómagos. Alguien que me comprende. La viande. El esqueleto. 

*

24 marzo 2012

Escribir desde el estómago (II): un fragmento con ratitas.


Lo que viene a continuación es un fragmento de La jungla, de Upton Sinclair (Capitán Swing, 2012). Atención:

Con un miembro de la familia preparando carne de vaca para la fabricación de conservas y otro trabajando en la manufactura de salchichas, nuestra familia tuvo un conocimiento directo de la mayoría de las tretas y engaños de Packingtown. Así descubrieron, en efecto, que no había carne, por mal estado en que estuviese, que no pudiera emplearse, ya para enlatarla, ya para picarla y convertirla en salchichas. Con lo que les había referido Jonas cuando trabajaba en los establecimientos de salado y adobo de carnes, conocían ya en toda su extensión los misterios de la industria de la carne y apreciaban ya la triste y verdadera significación de aquella broma de Packingtown: "Aquí del cerdo se aprovecha todo, menos los gruñidos". 

Jonas les había contado también que, a veces, al sacarla de los tanques donde se adobaba, la carne estaba en estado de descomposición y les explicaba de qué manera, entonces, la frotaban con sosa para quitarle el mal olor y la vendían a esas mismas tabernas donde se da un plato gratis con sólo pagar la bebida. También les refirió todos los milagros que allí se realizaban merced a la química, dando a toda clase de carne, fresca o salada, en grandes trozos o picada, el color, sabor y aromas deseados. Para el adobo de los jamones se disponía de un ingenioso aparato, por medio del cual se economizaba mucho tiempo y se aumentaba la capacidad productiva. El aparato consistía en una aguja hueca comunicada con una bomba de aire. Se introducía la aguja dentro de la carne y se hacía funcionar la bomba con el pie: un obrero podía así impregnar un jamón con las materias necesarias para su adobo en pocos segundos. A pesar de esto, se encontraban algunos jamones en tan mal estado y con un olor tan fétido, que era imposible permanecer en la nave. Para estos jamones, en concreto, la bomba estaba cargada de sustancias químicas muy fuertes que destruían en seguida el olor de la carne corrompida. El empleo de esta segunda bomba era conocido entre los obreros como "dar a los jamones un treinta por ciento". Algunos de los jamones ahumados también se echaban a perder. En un principio, estos jamones se vendían con la denominación de "Grado Tres"; pero, posteriormente, algún ingenio descubrió un nuevo procedimiento, consistente en extraer el hueso, alrededor del cual suele hallarse la parte más dañada, e introducir en el hueco un hierro candente. Después de esa invención, ya no hubo más Grados uno, Dos y Tres, sino solamente "Grado Uno". 

Cuando el jamón ya estaba tratado era cuando llegaba al departamento de Ona. Allí lo cortaban unas cuchillas que iban a dos mil revoluciones por minuto y lo mezclaban con media tonelada de una carne distinta, de modo que desaparecía el olor y cualquier particularidad que diferenciara esta carne. Si la gente comía esa salchicha y moría de tuberculosis, los empresarios no llegarían siquiera a enterarse. Nunca se atendía a la carne que se cortaba para salchichas. Las salchichas que se importaban de Europa y que habían sido rechazadas allí, ya mohosas y blancas, se las trataba con bórax y glicerina, se volcaban en las tolvas y se procesaban de nuevo para consumo alimenticio. También se aprovechaba la carne que andaba tirada por el suelo, en la suciedad y el serrín, donde los obreros pisaban y escupían millones de gérmenes. Había, también, carne apilada en montones, sobre la que goteaba el agua que rezumaba de los techos y corrían las ratas por millares. La oscuridad que reinaba en aquellos antros impedía ver a dos pasos de distancia, pero un obrero que pasase la mano por estos montones de carne encontraba siempre la masa cubierta de excrementos secos de los roedores. Las ratas, en efecto, constituían una verdadera plaga que los patronos intentaban exterminar dejando pan envenenado en los almacenes. Así, las ratas morían a centenares y, después, éstas, el pan, el veneno y la carne iba todo junto a las tolvas de trituración. Y esto no es broma.  La carne se cargaba en vagonetas por paletadas y los obreros no se tomaban la molestia de apartar una rata cuando veían el cadáver del animal revuelto con la carne. Después de todo, comparada con muchas de las cosas que entraban en los embutidos, una rata envenenada era un lujo. 

23 marzo 2012

Escribir desde el estómago.

Betty Blue
Piensa en los animales que se emplean al experimentar productos.
Piensa en los monos que lanzan al espacio.
-Sin sus muertes, su dolor, sin su sacrificio -dice Tyler-, no tendríamos nada.
Chuck Palahniuk

22 marzo 2012

Algo se quema, algo se quema en mis manos y en el mundo.

Ayer terminé de leer Trilobites, que está petándolo en la prensa y que a mí me ha gustado, pero no tanto como la portada ni tampoco tanto como otros libros de Alpha Decay que considero más importantes de entre lo último que han ido publicando. Trilobites, de Breece D`J Pancake, es una recopilación de relatos que ponen los pelos de punta por su violencia y su naturaleza.Me gustan especialmente los primeros del libro y me cansan los últimos, quizá por esa repetición de los lugares y del tipo de personajes que retrata. Ayer terminé, decía, este libro y justo por la noche comencé Aire de Dylan, la última de Enrique Vila-Matas de la que tampoco he podido leer mucho (apenas 40 páginas) pero que ya me está molando. Un EVM en estado puro, de vuelta de todo, como el que más me gusta. Puse una autofoto en FB con el libro y un tipo me borró porque me dijo que estaba haciendo propaganda. Y yo me pregunté qué tenía aquello de propagandístico, si, de hecho, trabajo para la competencia. El libro de EVM me lo trajo un mensajero de la editorial. Desde que hago reseñitas y artículos para revistas de moda y demás, me llegan libritos chulos a mi casa. Esa es una de las razones por las que quería ser periodista cultural. Ahora que tengo casa nueva está bien porque hay muchas estanterías vacías. Cuando la cosa crezca ya tendré tiempo de quejarme, o iré a Ibrah y le diré que me deje su Kindle (aparato que ahora detesto). Bueno. Pues ayer llegó el mensajero y me dijo Hola Señor Miguel. Yo le dije también Hola Mensajero. Después me contó una historia sobre mi molesto cambio de dirección, me dio el libro y fui feliz. Leí por primera vez a Enrique Vila-Matas a los quince años después de un viaje a París con el instituto. Después lo seguí leyendo. Después lo seguí leyendo aunque a la mitad de mis amigos no les gustara. Después lo seguí leyendo y después llegó un mensajero a mi casa que me llamó Señor Miguel. Ahora seguiré leyendo, cual señor, mi nuevo libro nuevo (valga la redun) de Enrique Vila-Matas. 

Todo este post venía a cuento únicamente de una cosa, y es que quería comentaros que desde hoy tendré una nueva columna. No en un periódico de izquierdas, sino en una revista de música llamada Playground Mag, que tiene algunos colaboradores geniales y que parece estar abriéndose al mundo de los libros. De esta manera me estreno bajo el título de Books On Fire, con un texto llamado Por qué No hay que hacerse amigo de un escritor: aquí puedes verlo. La próxima vez espero hacer alguna reseña, aunque me apetecía comenzar con algo crítico y divertido. Hoy este estreno me ha hecho feliz, tanto como el de El Sindicato, un proyecto que ya iréis conociendo y en el que ya se irán sumando colaboradores. Felicidad, y mucha. Algo arde alegremente dentro de mí. 

21 marzo 2012

Posiblemente me esté haciendo vieja...

...pero no quiero verlo porque el espejo es falso. El espejo es como la piel de los niños. Y todas las muchachas que quieren ser como tú no saben que en esta broma ya no quedan habitaciones. No saben que el pelo largo y lacio se cae formando nudos ni que esos nudos caminan bajo el agua de la ducha como ratas crujientes. Para ser joven antes tuve que probar la carne. Posiblemente me esté haciendo vieja y este lugar sea sólo vuestro. Hablar ya no sirve de nada. Comer ya no alimenta. Apenas sacia. 

19 marzo 2012

Aprender a rezar es aprender a amar es aprender a leer es aprender a morir.



Cuando un tema te obsesiona acabas encontrándolo en todas partes. Abres un libro y ahí está, escuchas una canción y ahí está, miras tu propio cuerpo, por dentro, y ahí está, inevitablemente, otra vez. Eso me ha ocurrido con una de las últimas novelas que he leído, Aprender a rezar en la era de la técnica (Literatura Mondadori, 2012) del portugués Gonçalo M. Tavares, un autor cada vez más reconocido en Europa y alabado por otros escritores de la talla de António Lobo Antunes o Ernrique Vila-Matas. De él conocía alguna otra cosa pero nada me había emocionado tanto como esta novela.

Aprender a rezar en la era de la técnica es especial tanto en fondo como en forma. Tavares aparenta facilidad a la hora de crear historias. Historias cortas que son a su vez historias largas y que se lanzan al abismo de los grandes temas (el honor, la enfermedad, el amor, la mentira, la muerte, etc) para resurgir victorioso, pues suyo es el don de las definiciones y de la descripción exacta como si antes de su palabra nadie hubiera dicho nada a propósito y fuera él el primero en descubrirnos los Grandes Temas del Gran Mundo. Así nos hipnotiza. Así nos trae la historia del repulsivo Lenz Buchmann, un cirujano reputado que se convierte en político y, perverso, nos demuestra lo terrible que es el poder, o peor aún: lo terribles que convierte el poder a los hombres . Pero la naturaleza manda sobre todas las cosas y Buchmann se convertirá en un ser aún más repulsivo de lo que era, pues una enfermedad caerá sobre él como una maldición y sólo los personajes a los que él consideraba débiles al principio serán lo suficientemente fuertes como para acompañarle durante sus últimos días. En este último trayecto Tavares nos presenta a un Lenz Buchmann oscuro y nauseabundo que casi recuerda a los relatos de Edgar Allan Poe, y, especialmente a aquel tan increíble (recuerdo a mi padre contándomelo en la cama y yo temblando de miedo) titulado La verdad sobre el caso del señor Valdemar. Esta imagen de un hombre decadente, casi deshaciéndose en una cama, moribundo, choca con la de la primera parte, en donde todo era lujo, inquina, grandilocuencia y conspiración. Porque la enseñanza de Tavares es esa: tan pronto estás arriba como abajo. Tan pronto eres el rey como el desecho. Tan pronto estás sano como muerto…

Gonçalo M. Tavares escribe de una manera poco común. No se trata de una literatura fragmentaria. Tampoco de una narración lineal. No se trata la suya de una novela convencional pero tampoco parece que el autor busque la originalidad, la forma vacía o la innovación brusca. Su relato está compuesto por una serie de notas inconexas aparentemente pero conectadas por una trama perfectamente dibujada con sus puntos de giro marcando un ritmo que resultará desconcertante para el autor.

El desconcierto que precisamente provoca Tavares es el desconcierto que los enfermos buscan en los libros. Esos pequeños pinchazos o puñetazos que conforme los lees, parece que trasciendan. Aprender a rezar en la era de la técnica es de esos libros que trascienden. De esos que te hacen sentir como si ante tus ojos pasaran las letras de un gran clásico. A mí me ha dejado fascinada... No dejéis pasar la oportunidad.

18 marzo 2012

Carlota no come carne.




No asusta el bicho colgado, el bicho de la sangre no asusta si lo cortan si lo rajan lo envenenan. No asusta el vientre del cuervo no asusta la red ni el nódulo no asusta el cáncer de pulmón -otra vez, has vuelto otra vez pero no asustas-. No asusta la rosa negra, la violeta negra, la tierna buganvilla. Lo que temo son tus ojos nocturnos rubios como pequeños tigres. Ojos o piedras que nos mecen que nos rajan nos envenenan.  

16 marzo 2012

Sick rose, otra vez.




En el camino de vuelta de Casablanca leí lo que hasta ahora considero la mejor definición de enfermedad que he encontrado en la literatura. 
Atención al relato:

A veces Lenz ve en la enfermedad un encuentro fortuito con un transeúnte que, tras un fuerte impacto, deja en nuestras manos, distraído, una flor negra. Y cuando por fin nos levantamos para devolvérsela el transeúnte ya ha desaparecido apresuradamente. Empezamos a correr con la flor negra en la mano -no nos pertenece, podrá necesitarla quien la perdió-, pero en vano; no hay rastro de él. El extraño transeúnte ha desaparecido, se ha evaporado. Y en nuestras manos está la negra flor. El movimiento siguiente podrá hasta parecer un no movimiento -la indecisión-, pero la incomodidad no tardará en dejar de ser un pormenor para convertirse en lo esencial: se hace urgente deshacernos de aquella flor que nos repele. Pues bien, estamos a unos centímetros de un contenedor de basura público, levantamos la tapa y con la mano derecha dejamos caer la flor. Pero algo ocurre: la flor negra no se separa de la mano, está pegada a ella, ya no es posible expulsarla, a no ser que dejes caer también el brazo. Los días siguientes dejarán entrar incontables intentos de expulsar la flor negra, primero, y de olvidarla después. No obstante, en un momento dado se producirá un cambio de un extremo al otro del organismo, similar al cambio de moneda en un país, que surge con otros valores, otras referencias; y el hombre se resigna. Ya no hay flor negra; y los médicos se refieren a ese conjuro de hechos inverosímiles con un nombre lógico y antiguo: enfermedad. 
G. M. Tavares 
de Aprender a rezar en la era de la técnica

15 marzo 2012

Laisse rentrer la lumière dans ma tête.




La enfermedad, siempre lo había pensado, no era un modo valiente de morir
G. M. Tavares

Este espacio y tú aquí
no hay continente pero hay cucarachas más grandes que gatos y hay erecciones suaves en la piel de los días y toda la ciudad quiere cantar me dijeron yo el tabaco y tú el pezón me dijeron el mar es grande pero yo no había visto el mar hasta que vi este mar este mar estemarsinmar. La plage: una especie de crêpe marroquí jugoso de miel y jugo jugoso como mis heridas zas zas parce que les chats n'arrivent pas a vieillir et ils se couchent sur mon oiseau étranger. La melodía de una lengua que se parece a otra lengua. La melodía de este idioma que recupero para hablar de Pessoa chez Dominique la Belle. Su gato gordo, su sonido diminuto, su acento de hachís extremadamente dorado). 

Alors c'est quoi la joie 
(elle se demande cette femme ancienne). Dominique déteste voyager. Y yo. En este espacio aquí: (Mais il... -oui, le petit diable méchant...- mais il avait un tout petit coeur marqué -sí uno de aquellos extraños pasajeros -nube de algodón -el humo -calima brillante o bruma -sí, un tout petit coeur tatuado en su rodilla.

J'ai oublié
Laura nos dijo amaréis y entonces amamos. La ciudad no era distinta porque lo exótico ya no es exótico. La ciudad no olía mal porque los malos olores son el sabor de siempre. La ciudad no era oscura porque había hombres y mujeres que dejaban brillar sus dientes y me daban luz. Me daban luz. Me daban una luz que entraba por mi cabeza.

Este espacio y tú aquí. 

Has anotado todo esto para pasarlo a ordenador pensando que alguien distinto a ti lo va a leer. ¿Pero quién distinto a mí va a entender qué digo? Alors c'est quoi la joie. No he traído regalos. Alors,  si no has traído regalos no has traído recuerdos. ¿No?

Este espacio y tú aquí. Si el idioma se muere, quién quiere entonces los recuerdos. 

12 marzo 2012

Hermosa juventud.


Apartó el feto del cervato de un puntapié, soltó las vísceras de la cierva, cortó las patas traseras y dejó caer el resto del cuerpo para los carroñeros. Depositó tres tajadas de hígado sobre la nieve para que se enfriaran. La sangre caliente de la cierva le quemaba en los nudillos partidos y se lavó las manos con nieve.
Breece D'J Pancake

La boca de una niña que había estado mucho tiempo entre los juncos / parecía tan carcomida. / Cuando le quebraron el pecho, el esófago estaba tan agujereado. / Por fin, en una pérgola bajo el diafragma / hallaron un nido de pequeñas ratas. / Una hermanita yacía muerta. / Las otras se alimentaban del hígado y del riñón, / bebían la sangre fría y pasaron aquí / una hermosa juventud. / Y hermosa y rápida las sorprendió la muerte: / a todas las lanzaron al agua. / ¡Ay, cómo chillaban los pequeños hocicos!
Gottfried Benn

11 marzo 2012

Mi casa es tu gato, mi gato es tu casa.







Vimos mujeres con ojos de pato y orejas de conejo. Vimos la lengua de N. saborear felina. Vimos a C. brillar en la noche con esa mirada hermosa del País de las Maravillas. Vimos el leopardo de T. Y el beso de A y P: consumando los años de teoría. Vimos la lengua negra de L. El sudor del gato maullando. La cerveza y el tiempo. Una noche más. 

08 marzo 2012

Reading now: comunicado nervioso.


¡Comunicado alterado de medianoche!

Acabo de terminar el puto mejor libro que he leído en mucho tiempo: Memphis Underground de Stewart Home. Lo publica Alpha Decay. Lo tradujo Ibrah. Es una pasada. A su lado los guarrers de la literatura son unos pupas. Qué ganas de leer más. Yeh. Yeh. Pero esto no acaba aquí puesto que desde hace un par de meses tengo una especie de motor en el cerebro que me obliga a estar continuamente leyendo casi todo lo que me llega a las manos, que es mucho, muy bonito y muy variado. Dentro de un tiempo comenzaré una columna en una revista. Una columna sobre libros, claro. A ver qué os parece. Me va a estallar la cabeza. Mañana madrugo. Quiero dormir. Me va a estallar. El lunes me voy a Marruecos. Me va a estallar la cabeza. Estos libros son los que ahora estoy leyendo. Algunos, como el de French, llevan más de un mes en mi mesilla de noche, pero es que French es una tipa con cojones. Los suficientes como para crear esta Biblia de la Mujer: desagradable, hermosa e impactante. También leo cerdos lituanos, bisturíes y tortugas machacadas. También he anunciado en Facebook que me caso. Sí. No sé cuándo. Pero me caso. Tengo los ojos secos. Me marcho a dormir. Con Stewart Home en el corazón. Con la enfermedad lectora que me ahoga y me da todo el placer.

06 marzo 2012

Un cuerpo no es una ciudad.

Vania Zouravliov
La enfermedad, a su vez, era claramente una anarquía celular, un desorden, un quebrantamiento interno de normas que algunos calificaban incluso de divinas, pues eran anteriores a cualquier disposición del hombre. Un cuerpo no es una ciudad. Puede haber tenido un mapa previo, pero a los humanos no les ha sido concedido el privilegio de estudiarlo y de proponer alteraciones al mismo.  Por supuesto, un nuevo mundo se abría paso. Una acción más poderosa había echado por tierra a los dioses; el brillo de las cosas era ya el brillo exclusivo de las cosas, una hoguera daba luz debido a su materia concreta, lo divino ya no era un elemento que ilumina más aún, era sencillamente otra cosa, ajena ya a la oposición claro/oscuro.
G. M. Tavares

03 marzo 2012

Think about the good times.


Estaba en casa de Diana metiéndome unos chutes. Diana no se enganchó al caballo como yo. Incluso redujo la cantidad de cocaína que esnifaba porque le preocupaba destruirse la nariz. Diana seguía bebiendo, pero acabar con su hígado no era un asunto de importancia; a fin de cuentas no es un órgano exterior que se vea. Yo soñaba con la perfección o mejor dicho soñaba con cómo la perfección era completamente frustrante en sí misma y para sí misma, y así la perfección rompió sus propias cadenas, desarrollándose en estados de perfección e imperfección antes de combinarse en una unidad superior.
Stewart Home

02 marzo 2012

Capitán, he encogido a los niños.


Betty Blue

De pequeños nos enseñan a soñar las cosas equivocadas y relatos como La esposa diminuta (Capitán Swing, 2012) dan cuenta de ello. Me refiero a cosas tales como la magia. La magia es un error. La magia no existe porque está construida únicamente de obviedades, de mundos posibles que se nos pintan como imposibles, de buenos sentimientos que sólo tratan de esconder lo triste de este mundo. La magia no cura la tristeza: la convierte en algo más fuerte. En algo más tremendo. En algo profundamente obsceno.

Cuando tenía seis o siete años se puso de moda la película Pulgarcita y de pronto todas las niñas queríamos ser diminutas para caminar entre las flores, bailar dentro de una caja de música y tener un novio de Playmobil o Polly Pocket que nos diera todo su amor de plasticuzo. Sin embargo en La esposa diminuta Andrew Kaufman advierte, a través de una narración preciosista y delicada, que menguar es terrible y que no debemos conformarnos con la idea de hacernos pequeños, pues hacerse pequeño significa desaparecer, dejarlo todo, abandonarse. 

La esposa diminuta es una historia entre muchas historias que sólo suponen un pretexto para lo que realmente Kaufman nos quiere contar. El libro comienza con un extraño atraco en un banco en el que el ladrón pide a los presentes sus bienes más preciados. Conforme el cuento avanza nos damos cuenta de que el bien más preciado de cada uno de ellos no es lo que entregaron, sino su propia vida. Así Kaufman nos presenta a los verdaderos protagonistas: un matrimonio conflictivo cuya mujer (que también estuvo en el robo) comienza de pronto a menguar. Es aquí donde advertimos la verdadera intención del autor, la verdadera metáfora y moraleja: La esposa diminuta es otro retrato sobre las complicaciones de las relaciones de pareja. Porque el amor es una cosa enorme que puede volverse diminuta si no la cuidamos. Un gigante que desaparecerá en la niebla si no le prestamos la atención suficiente. Un sentimiento que de “real” pasará a ser “mágico” y por tanto “ridículo y falso”.

Los protagonistas de Kaufman no se dejan llevar por la magia porque se imponen a ella. Porque su creador la boicotea desde dentro. Porque no necesitamos magia. Necesitamos palabras. Y en La esposa diminuta hay palabras que son imprescindibles.

No sueñen, no decrezcan, no sean niños ni adultos pero guarden esta fabulosa historia en su biblioteca. 

01 marzo 2012

Pienso en gatos, en mudanzas, en estómagos y gestos.


Me pregunto cómo ha llegado esta cabeza de conejo hasta mis manos. Cómo ha rodado, escalera arriba, hasta el corazón del Raval, arrastrándose, escalera arriba, girando, escalera arriba hasta mis manos. Me pregunto quién mutiló al animal. Me pregunto cuántos estómagos hacen falta para vencer el hambre. Me pregunto: hay cuartos oscuros y humedades en venta, hay insectos de alquiler y trasteros que huelen a ceniza. Todos los días una mariposa muere encerrada entre los calefactores. Pero no hay peligro porque el invierno ya se acaba, y con él los poetas que hablan del frío y con él los suicidios y las mariposas y con él los conejos domésticos, comestibles. Me pregunto cómo ha llegado mi lengua hasta el techo de los muertos.
Con la ciudad encendida.
Con su cabeza bien sujeta entre los dedos.