03 mayo 2013

Desbordar (3 de 3): Al-amin Emran.


Siempre me he preguntado, ¿qué pasa en Francia? ¿Por qué es tan difícil encontrar lo que están haciendo los poetas más jóvenes? Desde que abrí Tenían veinte años y estaban locos, encontrar estas nuevas voces ha sido una de mis mayores obsesiones. Más allá de Lysiane Rakotoson o de Irène Gayraud, pocas cosas aparecían ante mis ojos que realmente merecieran la pena. Pero de pronto llegó mi colega Arturo Sánchez y me dijo que leyera a Al-amin Emran (París, 1989), un autor de esos que como el propio Sánchez o nuestro querido Meza, también presenta una poesía desbordante. Emran es de París, dije, pero también ha vivido en Droma, Ardecha, Vaucluse y Rabat. Actualmente cursa un máster de letras modernas en la Sorbonne-Nouvelle, y trabaja sobre El culto del yo, de Maurice Barrès. Desde hace años escribe una novela, y desde hace no tanto decidió dedicarse a la poesía. Es este rasgo narrativo el que hace tan particulares sus versos. Quiero agradecer al autor haber querido cedernos este texto, y quiero agradecer a Arturo Sánchez el descubrimiento, y también la traducción de este complicado y magnífico poema. Ojalá lo disfrutéis tanto como yo. Ojalá os haya gustado este pequeño y tan especial ciclo:

*

PECADO DE ABRIL 

Y

EL SUPLICIO DE LA PRIMAVERA


Se produjo entonces un acontecimiento delicioso. Octubre se abalanzó sobre Primavera y – con un ruido de botella que se descorcha – desenroscó su cabeza como un niño torturando a una Barbie.
Abril apesadumbrado mamaba de la teta del Tiempo cuando una voz ventosa se levantó. Estos ululatos de una estación perentoria y contra la cual rezongábamos antaño no sin terror se ahogaron en la extensión del bosque desierto.
Los meses alimentados en deshilo se resfriaban.
Octubre, con un puro en los labios, se peinaba los amorosos bigotes humeantes que le salían de las narinas, y acto seguido declaró la pilosidad propicia a un ramo de barbas. El asentimiento del conciliábulo formado por seis personificaciones evaluando la candidatura fue unánime. Muchas eran las que, vecinas cercanas, escupiendo hojas en abundancia, derramaban de una a otra sus brumas purpurescentes y respectivas.
El petricor de las tormentas de verano llenaba la atmósfera de un vasto olor de prurito, hasta tal punto que los contornos, al ceder bajo ciertas podredumbres, curvas y líneas que de costumbre separan distintos objetos del mundo, parecían esparcirse como una coloración fallida.
Y a Julio, en cuclillas cerca de un ciprés, cebado de palabras harto elocuentes y licorosas, le dio un hipo acerado si bien húmedo.
Bajo el efecto de la nube mancillada por su desaparición, el sol revestía lentamente una palidez ovoide y que, cual cortina, caía entre la turba de árboles; un esguín, cuyas escamas tintinearon, reanimando así el alumbrado tórpido, desbordando del ondeo de la orina en silencio, enlazaba el hilillo serpenteante de mocos que vertía la uretra de Noviembre.
Hubo quien farfulló que individuos en manga corta deambulaban impunemente.
El grasiento Octubre eructó su risa.
Tanto le alborozaba este discurso que cada embocadura de su cuerpo exudaba cataratas de grasa y saliva.
Aquellos que de la naturaleza conservaban una imagen dulce se pusieron a vomitar de inmediato. Los más retorcidos, rojas sus mejillas impúdicas, cenaban una mezcla de llamas que aspiraban en estado sólido, clamando:
¡Regurgito en tu plato para honorar tu invitación!”
(Esta mixtura que les drogaba fue suministrada por una firma mundialista que manipula, en abismales laboratorios, toda sustancia de un punto de vista genético.)
Y los supervivientes, blanco de todas las mofas, – tratados a veces de viejos gilipollas – pusieron sobre el río estancado que meaban las lenguas sus ojos rebosantes de combates.
Las sombras desaparecieron juntas.
Un astro, torvo polluelo en una pupila blanca, cavaba por consejo de las hayas (muertos cuyas ramas los huesos parecían) un claro humano.
La cena cuajaba con presteza cuando una serpiente peluda pasó, rozando a ciempiés y lombrices.
Este tótem empapado en negrura celeste se abismó en el vientre del Tiempo mientras Abril mamaba. Y unas arrugas mínimas como seis pestañas de ancestro nadaron sobre la protuberancia ballena que un esfuerzo de succión consumía.
El nivel de tierra disminuyó.
Cuando se hubo tragado mil estratos vivos enteros, una ovación total se elevó del gran festín que, cual defecación, tensó tendones y nervios.
Seguidamente fueron amasados sobre un tocón sus derrames bronceados.
No lejos de una pastelería, dos homúnculos se destripaban. Sus congéneres caídos de los sauces chillaban como mangos maduros. De vez en cuando alguien increpaba este comportamiento retrógrado, acusando a la cerveza o a la brisa. Finalmente, al salir volando uno de ellos con una máquina, la gente gritó: “Es un profeta!” – y estos tipos enclenques y tuertos, a menudo faltos de dedos, aplaudieron frente a los oradores que blandían carteles.
Solo Octubre, que seguía expulsando a ritmo lento circularidades humeantes, brillándole un ojo bajo la superficie líquida, manoseaba con indolencia su sotana de grasa.
Algo sin embargo cosquilleaba su quietud. A lo lejos, en el remanente de vegetación que les rodeaba, daba botes una silueta. Cuando ambas criaturas se encontraron a una distancia apropiada, el desconocido profirió un “buenos días” de una cortesía y de una dulzura extremas. Joven galán atlético, Primavera enarbolaba una corona de flores de rododendro.
Octubre no se movía.
Sin pronunciar palabra – también algo sorprendido – observaba al visitante, tal vez imaginando paciente un postre potencial, en cualquier caso listo para saltar sobre esta confianza que venía ofreciéndose.
¿Y se puede saber quién eres tú?”
Habiendo dormitado después de un banquete, me desperté solo. Primero tuve miedo, pero pronto me adapté al desastre inédito que reinaba frente a mí, pues estoy ávido de nuevas sensaciones. Este país donde paseo me parece bueno. ¡Introdúceme entre tus gentes!”
Lentos regueros rosados brotaron en exceso del cuello cortado.
Oh mermelada de amor… ¡Gran bote hirviente de confitura! ¡Tus hermosos gluglús y tu marmita colmaron a Octubre de placer!
Luego, habiendo temblado un instante como tiemblan las robustas ovejas degolladas que vuelven a levantarse tras la decapitación, Primavera avanzó hacia la parte caída de su individuo.
Pero Abril, ultrajado, abandonó los muslos de su madre, recogió ese tesoro y se lo tendió; seguidamente asesinaron – comenzando por la frontera donde se sitúa el abismo anal – al Tiempo, flor que abrieron como quien separa un gajo de naranja.
Y el bebé hábil y el cefalóforo partieron silbando hacia el horizonte arbolado.
Al-amin Emran
(versión original aquí)

1 comentario:

Alba Steiner dijo...

¡Una maravilla! Gracias por el descubrimiento.