28 septiembre 2014

Recibir el sueño.

Mai Oltra Llacer
Mañana, lunes 29 de septiembre estaré escuchando a Unai Velasco, Ana Correro, Sergio Espinosa, Lola Nieto y David Meza (sí, el mismo) en el Inusual Project de Barcelona, a las 19.30, ¿os venís? 

Detalles del evento aquí: 

20 septiembre 2014

«La teoría de los órganos que cantan», por David Meza.


Aleksandra Waliszewska

La teoría de los órganos que cantan
(un fragmento de El Sueño de Visnu)

Bendita sea la sangre que no se sale de mis venas, benditos sean mis músculos que se amoldan a mi cuerpo. He aquí la gracia interna de estar vivos, de poder mover los dedos para acariciar la hoja. La ética de mis pulmones, mis pulmones atados entre sí por una cuerda, que no avanzan más allá de las paredes de mi plexo. He ahí la ética de mi plexo, de mi plexo lunar y azulado, que marca los límites a mi combustión interna.

He ahí la sociedad secreta de mi cuerpo. Son una danza muscular donde la sangre adora a las dos lunas, son un crecimiento de huesos como caricias. Bendita sea mi sangre, bendita mi columna que reúne las costillas como abrazo. Bendito sea mi cuerpo entero, este cuerpo formado en el vientre de mi madre, sin ninguna mano, sin ninguna ayuda. Bendita sea la ética de mis órganos internos, la ética en la que se confabulan, acaso con más precisión que los astros, porque todo dentro de mí yace con vida.

Bendita la formación de mis tendones, como murciélagos azules sujetados de dos cielos. Benditos mis riñones, pendientes de mi cuerpo por dos clavos. Benditos los discos de mi columna, los cartílagos de mis orejas, el cráneo magnífico que me retiene. Bendita la nieve de mis gemelos, y los pueblos hermosos de mis rodillas.

Heme aquí, heme aquí, cuando uno de los órganos enferma los demás lo cuidan. Heme aquí ante la sociedad secreta de mi cuerpo. Heme aquí admirando la bilis, el semen, la orina. Como tropeles blancos de caballos que descienden por el valle, como tropeles de caballos con el número tres dibujado en los cuartos. 

Benditos sean, benditos sean. Una corona de limo para ellos, una reverencia de capa muerta y sueño altivo. Benditos sean, benditos sean, porque me dejan oler los perfumes del tiempo, porque me dejan ver los grandes acantilados, que en realidad son las rodillas de la tierra.

Benditos sean mis cabellos como una corona traviesa, benditos sean los surcos de mi frente, como un despeñadero donde solo crecen las flores más valientes. Benditas sean las praderas de mi brazo, donde las hierbas se inclinan a gozar su sueño. Sean benditos mis pies arqueados, como una escultura risueña que sostiene al mundo. Benditos, benditos sean mis ojos, como papalotes que se escapan de mi cráneo, y vuelan lejanamente a las comarcas de otro cuerpo.

Bendito sea mi pecho, que es el castillo de músculos y nervios, de huesos y tendones, de un pájaro dormido. Su canto es el flujo de los ríos, y el despertar temprano de los árboles en las montañas de mi cuello.

Ahí yace, una confabulación de miembros, una carroza tirada por caballos, que en la tarde se vuelven aves, y que en la noche se vuelven hombres. Ahí, ahí, como un reino donde los músculos del ano se sofocan, y donde los sexos son las flores abiertas de la mañana.

He ahí mi cuerpo, como una risa. He ahí mis brazos, cubiertos de lejanos pueblos y comarcas. En la parte más alta de mi espalda yace un mar que se agita con los movimientos tectónicos de mis pulmones. En la parte más seca de mis tobillos, hay un desierto que ondea largamente por mis años.

Ahí, ahí está mi cuerpo. Y lo bendigo, y me pongo a tirar magnolias por sus puertos, esperando que el mar copule con el polen, y entonces tenga una costa de pétalos, o un naufragio de pétalos, o una caza de pétalos con redes largas por mi hombro.

Bendito sea mi hombro, y bendita sea mi muñeca. Benditos sean mis ojos, y benditos nuevamente sean mis ojos, porque me permiten ver al albatros que navega entre los astros, coloreando los destinos de cientos de niños en la mano. Benditos sean mis ojos, que me permiten ver a los deformes, arrastrando tristemente sus ataúdes por la costa. Benditos sean mis ojos, que me dejan ver a mis amigos con botellas de cerveza rellenas de sueños.

Benditos sean también ellos, porque son los órganos internos de un cuerpo más grande. Yo soy la rodilla, crecida de nieve y lejanía, donde, sin embargo, florece una magnolia roja tan solo vista por unos cuantos. Lorena es una oreja, colgando de las nubes de las tardes, recogiendo esas últimas palabras que siempre dice el sol cuando se oculta. Frida es una pelvis, una mariposa de hueso que sostiene las carnes del mundo. Daniela es una uña, una uña en la que florecen los pueblos de las orquídeas negras.

Gerardo es una pierna, una pierna delicada, y que, sin embargo, podría saltar todos los montes del planeta. Eduardo es un párpado gigante, su deber es cerrar las cortinas al teatro que es el mar, recoger los clavos que sostienen a los cielos, descolgar las poleas con las que bajaban las estrellas. Omar Jasso es una línea en la mano, una línea tan rara que ningún vate podría descifrarla. Abigail es una costra formada por los dedos del tiempo, una costra sucia, muy sucia, destinada a sanarnos. Ema es una pestaña caída del cuerpo, una pestaña que bien empleada puede ser más poderosa que un cometa.

Miguel es un riñón derecho, capaz de contener el mar de así quererlo. Luna es una rosa de hueso que gira, lentamente gira, entre dos ejes de calcio que une. Y Rebeca es una costilla, una costilla que abraza a todos nuestros órganos. A ellos, a todos ellos, que son los órganos de un cuerpo más hermoso, yo los bendigo, con esta lengua que me ha crecido tanto, tanto.

Benditos sean, benditos sean. Y también bendito sea mi cuerpo, con el que puedo verlos. Bendito sea mi cuerpo, con el que puedo oírlos. Benditas sean mis manos, con las que puedo tocarlos. Bendita sea mi lengua, y mis dientes, y mi garganta, y mis labios, y mis cuerdas; con las que puedo cantarles todo el día. A ustedes, a ustedes, que son la cosmología interna del gran libro.

A ustedes, a ustedes, que son los arcángeles que saben escribir poemas. A ustedes, a ustedes, que han mirado los mares durante tantos años. A ustedes, a ustedes, a los que les escribo mis teorías, como tirando lágrimas a una botella. A ustedes, a ustedes, mis palabras. Benditos sean, benditos sean. He dicho. La ética de este libro, es la sangre que corre en sus cuerpos. 

(David Meza)          

14 septiembre 2014

He empezado a olvidar.

Dime que nunca olvidaré cómo era mi papá, ni cómo era mi mamá, ni como eran las heridas del gato que tanto amo. Dime que nunca olvidaré como eran estas tardes de domingo comiendo palomitas de colores o quemándonos la lengua con la sal espesa de las pipas. También he empezado a olvidar ciertas cosas. Ciertos gestos asociados a, no sé. Ciertos gestos asociados a la muerte. Primero tú y luego tú, primero esta lengua áspera y quemada y luego tú. Hablo un rato con Nera, me dice que aquí ya no hablo de libros. No sé. Últimamente digo mucho que no sé. Que no sé nosésésésésé. Me duelen las piernas de hacer bicicleta y juro que volveré a pesar 56 kilos como cuando comíamos cristales o como cuando vivíamos en Madrid y éramos pequeños. No sé. Dime que nunca olvidaré cómo eran las manos de papá escribiendo con su bolígrafo rojo lleno de sangre gramatical. Dime que nunca olvidaré cómo era mi mamá cambiándome las sábanas cuando tenía fiebre. Dime que nunca olvidaré cómo era el sexo de Él, haciéndome las heridas que tanto amo. Dime que nunca olvidaré a las personas que quiero, a papá, a mamá, a él, a los gatos, a la muerte, a las sábanas nuevas, a mis faltas de ortografía, a los kilos que hemos ganado comiendo golosinas, al hijo que no he tenido, al perfume de jazmín. Dime que no es tan difícil poner una semilla. Dime que tu corazón estalla, que la poesía es un animal crucificado, que el color de los domingos es algo tan estúpido que nunca jamás se olvida. 

11 septiembre 2014

A los diez años imaginé mi muerte... y otras historias veraniegas.

Con motivo del aniversario del 11-S he recuperado el cuaderno que escribí a los diez años, durante el verano de 2001. En él hay dibujos, y también pensamientos un poco extraños. En él me quejo de que mi padre no me deja ver la tele, cuento que mi madre tiene una revista de poesía y celebro muy efusivamente que mi abuela me ha llevado a Terra Mítica. Pero entre todas esas cosas, he encontrado una especie de cuento que me ha llamado mucho la atención. En él relato mi muerte. La muerte más bella, me atreví a decir... ¿Pero en qué estaría pensando para escribir algo tan triste? Han pasado trece años de eso. Dentro de dos meses cumpliré 24. He conocido la muerte, y ya no creo que sea bella. Cómo me gustaría, aunque fuera por unos minutos, volver a ser esa Luna tonta y diminuta. 






08 septiembre 2014

No hay más.

Aleksandra Waliszewska

no hay más que 
decir; matamos
más de lo que creemos
más de lo que sabemos
más de lo que sentimos;
no hay más que 
decir; odiamos;
no hay más
Inger Christensen

07 septiembre 2014

Has olvidado que vas a...


(Inger Christensen)

Aunque esconda la palabra, la palabra seguirá estando. Aunque queme la palabra. Aunque la ahogue para siempre seguirá para siempre existirá. Soy una mala persona sin un hijo sin una moneda sin un lugar. Miro las antiguas conversaciones de WhatsApp con mamá le digo cuánto deseo ciertas cosas le digo cuánto me deseo y no entiendo sus quejas ay qué dolor me dice cuánto dolor. Aunque esconda la palabra otros vienen, otros la traen. Aunque queme la palabra, el fuego no se combate con fuego ni el gato se combate con gato ni la piel se combate con piel y siempre seguirá. La palabra. La idea. La certeza de que es domingo, existirá.

06 septiembre 2014

Puedo gastar todas mis vidas de Candy Crush hasta sentir al fin que he muerto. Que he muerto en el mundo mágico de los caramelos.


TENÍAS PURPURINA EN LOS DEDOS

Puedo abrazar al viejo frigorífico antes de que se lo lleven.
Puedo escribir que tenías purpurina en los dedos y que la purpurina que arde huele a cuento de hadas.
Puedo morder la cola al gato.
Puedo morder la barbilla a mi marido, porque es mío, porque es mío y sabe a fruta.
Puedo llorar y decir que lloro, y no sentir vergüenza de mis pómulos rosados.
Puedo ser cursi.
Puedo bailar desnuda con las ventanas abiertas.
Puedo pintarme las uñas cada una de un color.
Puedo limpiar la casa sólo una vez a la semana.
Puedo negarme a leer las noticias.
Puedo negarme a escuchar los aviones.
Puedo negarme a alimentar a los mosquitos con mi sangre espesa, llena de babas.
Puedo inventar una canción de cuna para los niños sordos, sólo hace falta voz, sólo hace falta un cuello alargado en el que podamos retumbar.
Puedo decir que estamos asustados.
Puedo decir que el hambre es un invento de nuestros dientes para no sentirse tan solos.
Puedo escribir mil veces la palabra cáncer, porque el cáncer se reproduce mil veces. Es un asesino incesante, y yo también soy una asesina incesante, y juro que me voy a vengar.
Puedo soñar que beso a un poeta inventado.
Puedo soñar que soy una gota de lluvia ácida.
Puedo gastar todas mis vidas de Candy Crush hasta sentir al fin que he muerto. Que he muerto en el mundo mágico de los caramelos.
Puedo dejar el gas abierto.
Puedo encender todas las velas.
Puedo tentar a las catástrofes domésticas, o cortarme un dedo, o cortarme un pezón, o cortarme un cabello y después comerme todos mis restos.
Puedo querer un bebé.
Puedo desear un bebé.
Puedo amar la estúpida y entrañable idea de ansiar un bebé con todas mis entrañas.
Puedo hacer el amor conmigo misma.
Puedo preñarme con amor a mí misma.
Puedo decir yo, yo, yo, yo, yo, yo y yo, y sin embargo estar aquí sola.
Puedo respirar bajo el agua.
Puedo entretenerme con cualquier mosca.
Puedo coleccionar fotografías de mi madre y pegar su rostro pálido en las alas de una paloma.
Puedo volar.
Puedo volar.
Puedo prender fuego a todo cuando me plazca.
El aire aquí huele a polvo de hadas.
Ya no hay purpurina.
Ya no hay destellos.
Abrazo a la nevera vieja.
Ya no queda cuerpo.



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Algo que salió esta semana en The Buenos Aires Review (gracias por incluirme en este nuevo número, muchas muchas gracias), pero que escribí hace un mes, cuando decidimos que ya era hora de cambiar de frigorífico, porque hacía mucho ruido.